Compositor: Giuseppe Verdi
Género: Ópera en cuatro actos
Radamés, comandante egipcio, ama a Aida, una esclava etíope que en realidad es hija del rey de Nubia. Cuando Egipto entra en guerra, Radamés sueña con la gloria… y con liberar a Aida.
Tras una victoria triunfal, el faraón le otorga cualquier deseo: él pide liberar a los prisioneros, lo cual desata tensiones en la corte. Aida queda atrapada entre el amor por Radamés, su lealtad a su pueblo y a su padre, quien ha entrado a Egipto disfrazado.
Amneris, hija del faraón, celosa y despechada, acusa a Radamés de traición. Él se niega a defenderse ante el consejo, por honor. Es condenado a ser sepultado vivo.
Al entrar a la tumba, descubre que Aida se ha escondido con él. Mueren juntos, abrazados en la oscuridad, sellando su amor más allá del mundo.
La puesta en escena fue magnífica, con todos los monumentos egipcios y la corte.
Se puede sentir el deseo de triunfo y honor de Radamés, y tras la victoria, cuando se le concede un deseo, pide la liberación de los prisioneros.
Aida, dividida entre su padre, su pueblo y su amor, termina inclinándose hacia su patria.
Amneris, celosa, prefiere verlo muerto antes que perderlo.
La escena final es de una belleza trágica: Radamés, fiel a su honor, se deja sepultar vivo… y Aida lo acompaña a la muerte.
Para mí, lo más impactante es cómo la obra muestra la fragilidad del destino: cómo se puede pasar de la cumbre del poder a la tumba con un simple giro. Y también esa lucha entre el amor, la patria y la familia, sin solución correcta, como suele ser en la vida real.
Finalmente, la obra plantea una pregunta muy profunda: ¿Vivir sin sentido o morir fiel a uno mismo?
Aida lo retrata con una profundidad admirable.
Brillante, en lo conceptual y en lo musical